domingo, 9 de diciembre de 2007

Federico Vegas de nuevo.....

Para el mes de diciembre Sírculo ha seleccionado la obra más reciente de Federico Vegas, arquitecto-escritor caraqueño. Su título: "Miedo, Pudor y Deleite". A continuación, una entrevista con el autor llevada a cabo por la Revista Sala de Espera (http://www.saladeespera.com.ve/wordpress/casos-y-rostros/federico-vegas-entre-parejas-con-miedo-pudor-y-deleite/)



Federico Vegas entre parejas con Miedo, pudor y deleite

cyr_vegas“ En mi novela nadie ama realmente a nadie”
No hay que esperar otro Falke. Vegas optó por algo distinto, más “normal”, menos épico, para su más reciente entrega en el formato de la novela. Pero no por ello, Miedo, pudor y deleite dejó de representar complicaciones para el autor que recogió anécdotas reales para adentrarse en el complejo mundo de las relaciones entre hombres y mujeres
Por Oscar Medina


Después de una empresa como Falke y a la sombra de su enorme éxito, Federico Vegas pensó que su nueva novela sería un momento más relajado, una calmada transición hacia otros proyectos más complejos y laboriosos. No fue así. “Digamos que es un libro que puede salir fácil porque no hay investigación, casi todo lo que le pasa a los protagonistas le sucedió a gente de verdad. Pero lo hizo difícil el hecho de que los personajes son normales. Y hasta banales”.

Miedo, pudor y deleite –el título cita una frase de Miguel Otero Silva – es ese volumen publicado por la editorial Alfaguara en el que Vegas desarrolla la historia de ésta pareja normal, con problemas normales –algunos no tanto, la verdad – que un día decide emprender un viaje a Madrid con la pretensión de encontrar en ese otro paisaje tan distinto a Caracas un segundo aire para una relación a la que parece que ya no salvan ni los espléndidos salones de El Prado ni los caldos de Ribera del Duero.

Ahora, con sus personajes sometidos a los vaivenes de la crítica y del mercado –y mientras espera por la publicación de un libro de cuentos-, Vegas avanza por dos frentes: otra incursión en el territorio de lo histórico y la revisión de Prima lejana, el título que lo lanzó al ruedo de los novelistas a finales de los años noventa: “Borges decía que todo texto es un borrador, hasta que se muere el autor. Con Prima lejana hubo muchas cosas que no hice, quizás por los miedos de la primera vez o por pudor. Pero ahora me estoy soltando el moño La única novela a la que no le cambiaría nada es a Falke, pero a lo mejor un día de estos hasta cambio algunas cosas de Miedo, pudor y deleite”.

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—Falke es una novela ambiciosa porque se trata de recrear una historia de ficción en un contexto histórico determinado, pero su nuevo libro quizás sea aún más ambicioso: pretende escribir desde la cabeza y los sentimientos de la mujer. Y no de una, sino hasta de tres. ¿No es exigirse mucho, abordar una empresa tan condenada al fracaso como la invasión de los tripulantes del Falke?
—Empecé a escribir un cuento que se llamaba “Los ahorcados de La Castellana”. La idea partía de algo que le sucedió a unos amigos en Madrid y poco a poco le fui integrando historias que he escuchado a mi alrededor. Por esto puedo decir que Miedo, pudor y deleite es más histórica que Falke, pues 90% de las anécdotas estoy casi seguro de que son ciertas. En Falke, en cambio, hay mucha ficción dedicada a entretejer las supuestas verdades que nos ofrece la historia de Venezuela.

Hay una obsesión que se fue colando en la novela: entender el mundo de la mujer. Creo que ellas viven una época llena de expectativas y confusión pues habitan un mundo distinto al de sus madres y abuelas. Detesto resumir estas sutilezas usando términos físicos, pero creo que ellas han pasado de ser centrípetas y epicéntricas a girar en orbitas tan centrífugas y perimetrales como las que pretenden surcar los hombres. Vivimos en un mundo con una nueva cosmología, y no es fácil comprender las nuevas leyes de atracción y gravitación universal. En definitiva, esas leyes jamás se han podido aplicar al amor, lo novedoso es que ahora empezamos a darnos cuenta de que cada quien debe encontrar su particular lugar en el universo afectivo, su propia curva, sus dependencias, sus acercamientos y distancias, su altitud y latitud.

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—Son astutas las mujeres de este libro, en contraposición al personaje masculino que resulta bastante básico, cosa que alegrará a una que otra feminista… pero esas mujeres siempre tienen en los hombres que han pasado por sus vidas a sus referentes de aprendizaje y de evolución. ¿Sólo aprenden a vivir en función de los hombres que las acompañan? Eso no le gustará al feminismo…
—De ser esto cierto, hay que admitir que las mujeres aprenden rápido. George Simmel decía que el hombre tiende a la especie y la mujer al individuo. Esto ciertamente se aplicaba en los tiempos epicéntricos que ya cité, pero algo debe quedar en la mujer de esa ancestral tendencia a lo íntimo, a lo individual, al hogar. Y, al tener que equilibrar esa intimidad con los requerimientos de la especie, se le abre a la mujer una maravillosa perspectiva, lo que la puede hacer más sabia que el hombre. En realidad deberíamos hablar de masculinidad y femineidad, y asumir que hombres y mujeres gozan y sufren con las perplejidades y enseñanzas de ambos polos.

—El escritor francés Frédéric Beigbeder jura en una novela que “El amor dura tres años”. Y justamente esa cantidad de años son los que llevan casados los protagonistas de Miedo, pudor y deleite. ¿Coincidencia o usted también cree que a los tres años se acaba todo?
—No tengo idea de dónde saqué los tres años. Yo pensaba que eran siete años la medida tradicional para el desgaste, el barranco. A mí me tocó ocho años comprender que un matrimonio es una empresa seria, asumida, bellísima. Yo lo entendía como algo que simplemente nos sucede; algo casi biológico. Pero resulta que es luego, cuando nos muestra toda su bio-ilógica, que el matrimonio se pone interesante, profundo, incestuoso, y se convierte en una continua elección. Octavio Paz decía que amar es elegir.

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—Resulta un tanto desesperanzador el discurso de su libro: ¿todo matrimonio está condenado al desgaste y a sostenerse apenas con la ilusión de la estabilidad?
—La esperanza radica en examinar esos términos. Veamos una opción menos astringente: “El matrimonio está condenado a sostenerse con la estabilidad de la ilusión”.

Hacia el final de la novela hay una premonición: “El amor entre los dos nunca enfrentará de lleno esos colapsos que permiten terminar lo que ya no tiene razón de ser, o llegar a esos finales definitivos que requiere todo renacer. Nada se va a quebrar, todo va a continuar deslizándose. La disolución estará signada por un lento deterioro a veces imperceptible, en el que ella va a ser un perfecto colaborador. Avanzarán a través del azar, de la compensación de los mutuos pecados, de las conveniencias y las costumbres y, más que todo, de la inercia, que es la madre licenciosa de la estabilidad”.

—En la otra cara de esta luna hay amplios cráteres llenos de felicidad, lo que pasa es que uno mismo debe iluminarlos, y, casi siempre, con su propia incandescencia.
—¿Esta es una historia sobre el amor o sobre la infidelidad y sus consecuencias? ¿Tiene alguna intención ejemplarizante?

Las excepciones son más ejemplarizantes que los ejemplos. En todo caso, yo diría que la novela trata de la infidelidad y sus “inconsecuencias”.
El problema es que la fidelidad debe ser bilateral, y, además, requiere de un equilibrio que debe ser secreto, tácito, renovable, comprensivo, lo que suele convertir a ese “ser fiel” en un embrollo. A menos que se pretenda una fidelidad absoluta, lo cual es una inhumana y paralizante fantasía. Más funcional y ecuánime resulta la lealtad.
Ahora me doy cuenta de que en mi novela nadie ama realmente a nadie; quizás sólo el abuelo a la abuela. De volverla a escribir, haría a la ex actriz más obsesiva y ciertamente enamoradísima de su estúpido amante. La haría también más cercana a los cincuenta; quizás le añadiría unos cuatro años, que es justo lo que le faltaba a la joven pareja para llegar a los famosos siete años de la picazón.

—Resulta curioso que siendo usted arquitecto no aborde, por ejemplo, la descripción de ciudades o de casas bajo la mirada del conocedor. ¿Cómo se resiste a esa tentación? ¿Es algo premeditado, una imposición para mantener sus dos mundos separados?
—Al menos los protagonistas estudiaron arquitectura. Ciertamente me cuido de no pretender exhibir mis supuestos conocimientos arquitectónicos. Me suena tramposo, didáctico, y me da un miedo que disfrazo de pudor. Quizás tienes razón y me castigo. He dejado la arquitectura para los ensayos; allí sí satisfago un gran e imperecedero amor.

En la novela me fui más por la comida. He notado que en sus viajes las parejas jóvenes, sin genuinas aficiones culturales, resuelven el problema de qué hacer y de qué contar al regreso, por medio de los restaurantes. Sé de unas parejas que alquilaron un costosísimo barco para pasear por las costas de Turquía, y luego del viaje sólo hablaban de lo que habían comido y bebido en el barco. Un amigo les dijo que, para eso, se han podido quedar anclados frente a La Guaira. No les gustó nada el comentario. Les destruía la ilusión de su viaje triunfal.

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—En esta novela hay otra curiosidad: el sexo, la atracción sexual, está muy presente, pero no muy descrita. Donde debería haber una referencia directa –o más o menos directa – lo que hay son rodeos o piruetas para esquivar descripciones, como si hubiera escrito esos pasajes pensando en lectores pudorosos…
—Siempre me he preguntado por qué las descripciones sexuales son tan difíciles. La razón más obvia es que todos somos expertos. Una pareja joven hace el amor (y no tomo en cuenta datos extraños, como el de un amigo cuyo cálculo le daba “tres veces y media por semana”) unas cien veces por año. En cambio una persona de cada 10.000 asesina a otra. Luego, más fácil es sorprendernos con la descripción de un crimen que con la del cotidiano coito.

Yo estaba muy satisfecho con la descripciones que hice de la excitada y poderosa boca de la esposa; hasta ahí puedo llegar. De resto, me resultan falsos y tediosos los nombres de las partes sexuales; salvo los muy infantiles como “popocha” o “paloma” (me gusta la idea de un pene que aletea y come maíz). Hay una parte en la novela donde se habla de “la tonta” en vez de “la totona”; ese fue mi único aporte literario a la nomenclatura sexual.

—¿Porqué dejar casi para el final los nombres de los personajes?
—Aparecieron de repente. Me hizo reír el encontrar un par de nombres que suenan horribles juntos, como anunciando un cortocircuito. Ese par de nombres surgen con la idea de un libro que es una farsa. He debido desarrollar más esta idea.

—¿Es confiable esa guía de Madrid? ¿Se pueden seguir los pasos de la pareja durante ese viaje?
—¡Por supuesto! Los datos me lo dio Elisa Arcaya, quien vive en Madrid, cocina como los dioses, es exquisita y sólo le faltan meses para ser absolutamente sabia. Lo único exagerado, mas no falso, es la descripción de la mujer que los atiende en El Príncipe de Viana.

—Hace mucho que usted debe haber leído Casas Muertas. ¿Porqué rescata de su memoria la frase “miedo, pudor y deleite” al momento de titular su novela?
—Tú sabes bien que en la literatura no existe el tiempo, sólo varía la intensidad. La parte mejor irrigada del cerebro es la de los recuerdos remotos. Esas primeras lecturas las llevamos en el pasado más punzante. Son las primeras huellas en un camino por donde luego van a cabalgar tantas confusas estampidas. Por eso fue que, apenas el amigo de la facultad posó una mano sobre el seno de mi protagonista, me vino como un relámpago la imagen de Miguel Otero Silva. ¿Quién sabe de dónde él, a su vez, la sacó? Tienes razón, yo tendría unos doce años cuando leí esa novela, pero ya te imaginarás cuánto me excitó. Aquí tienes otro argumento con respecto a las descripciones sexuales demasiado explicitas.

Y otra cosa más, Miguel Otero Silva es el hombre más atractivo que he conocido. Sólo su aspecto ya me incitaba a querer ser escritor. Los argumentos para realizar una actividad tan absurda, casi maldita, tienen que ser irracionales.

—Jorge Almudena, uno de sus personajes, da una especie de receta semanal para desarrollar la escritura que termina en escribir “algo que nunca te hayas atrevido a contar”. ¿De quién es esa fórmula? ¿Ya usted pasó por esas etapas, ya escribió ese “algo” o todavía está en proceso?
—Gracias a Dios, ese “algo” viene en camino, con pasos firmes, dolorosos y juiciosamente lentos; tanto, que espero jamás termine de llegar
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